martes, 20 de marzo de 2012

Arte y locura: Lilith

               Aun no he acabado mi primer día. Y es que mi vida se resume de la misma forma que la de Lilith, mi alter ego en este blog: destruyo todo lo que amo.
“Ayúdenme” es la frase final, desgarradora, de Warren Beatty (conocido por protagonizar Bonnie & Clyde), Vincent Bruce, en “Lilith”, que cuenta con Jean Seberg en el papel protagonista. Lilith es una paciente de un psiquiátrico de lujo, enferma de esquizofrenia, una pintora tan impredecible que es capaz de inventar su propio idioma. Pero también un personaje triste, que cree que destruye todo lo que ama… y es capaz de hechizar todo lo que la rodea, como a otro paciente, Stephen, que desea ser artista, pero “no confía en sus manos porque su mente es analítica”. Y Lilith le somete a una dura prueba, recuperar su cuaderno de dibujos, que había despeñado por un acantilado. Stephen empieza entonces a dejarse guiar por sus sentimientos más que por la razón. Y Lilith continúa haciendo formar parte a Vincent de su pequeño mundo de caballeros andantes y fantasía.
“¡Qué hermosa, quiere ser como yo!...mi beso la mató, destruyo todo lo que amo”
“¿Has visto mi cajita? Me la ha regalado mi hermano, para mi cumpleaños”… “Lilith, tu hermano está muerto”… “Amaba a mi hermano, y lo maté…mato todo lo que amo”
“No puedes ver mi sangre porque es clara como el agua”
“Has puesto a Stephen en peligro, podías haberlo matado… ¿por qué hiciste eso?”... “Porque estoy loca”
“Son seres que han visto demasiado, como un cristal que se quiebra por un impacto, ellos se han roto por una revelación desgarradora…han visto demasiado con una lupa demasiado potente, y visto de esa forma, serían héroes del Universo. No podemos considerarlos seres superiores, porque con una gota de sangre humana la esquizofrenia ha sido descubierta en ratones y arañas, igual que en las personas”

¿Dónde está realmente la locura y la cordura?
L322

martes, 13 de marzo de 2012

48 horas atado a una cama

            Aun no he acabado de narrar mi primer día en el psiquiátrico, pero me parece una denuncia más urgente, tal vez porque me hierve la sangre de todas las venas de mi cuerpo sólo al recordar el testimonio de mi amigo, mi padre adoptivo, en sustitución del que renegó de mí. El hombre que todos recordamos por el cariño que nos dio, la primera persona en recibirme calurosamente, la persona que me peinaba por las mañanas, porque yo era descuidada, que le cortaba el pelo a Francis Petrel y al que, a día de hoy seguimos visitando, nos sigue viendo, se sigue preocupando por nosotros, nos sigue escuchando y nos sigue recibiendo con abrazos, a pesar de sus desgracias personales. Deja sus problemas a un lado, simplemente para reír con nosotros, y hacer nuestros días más felices. Así que he decidido hacer lo que él hace: dejar de mirar mi ombligo para contar éste drama puntual. Mi primer día puede esperar.
           
Ya lo dijo Jim Morrison: Adolph Hitler aun vive…anoche me acosté con ella. Y en nuestra historia hay muchos Hitlers, más que en los Niños del Brasil.
           
Si alguno de los lectores de este texto ha estado alguna vez esposado, sabrá sólo una pequeña parte del sufrimiento que implica estar atado de pies y manos a una cama, con amarras magnéticas de las que no puedes librarte, sin poder moverte. Te colocan un pañal, porque con esta pérdida de dignidad, esta sumisión impuesta, no puedes usar un simple cuarto de baño, fumar, o algo tan básico como es comer. Imaginaros lo que es estar 48 horas, dos días completos, sin probar bocado ni beber agua.
           
Cuando encontré a FR me contó que había estado un mes entero en el psiquiátrico, sin haber opuesto resistencia a la policía, y, por ello, pasó 48 horas atado en estas condiciones.
            No me importa ser tachada de idealista, pero el dolor impuesto por otro ser humano jamás tiene una justificación, salvo la autodefensa. El dolor sólo por imponer dolor y demostrar quién es el que manda, y ahorrarte unas horas de trabajo, porque tu obligación sea cuidar de personas en situación de vulnerabilidad jamás tiene una justificación. Y jamás la tendrá.
           
Las amarras, salvo que queden mal sujetas (Francis Petrel, logró soltarse) son imposibles de soltar, salvo con una llave magnética. Los brazos quedan en tensión a ambos extremos de la cama, al igual que las piernas, inutilizando también el cuello, lo que impide cualquier tipo de movimiento. La restricción de alimentos, agua e higiene vuelve aun más vulnerable a la persona que han atado. Y peor que eso es el dolor de sentir que un ser igual que tú te ha inutilizado. Un semejante te ha atado como a un vulgar perro. En estados de nerviosismo que puedan causar ataques de violencia contra otra persona o contra uno mismo, ese estado se empeora, por la claustrofobia que produce el estar atado y por la debilidad, la rabia y la impotencia que causa el ser humillado por un semejante.
Me gustaría lanzar un pequeño, o mejor, un gran mensaje a todos los trabajadores que para facilitar su labor recurren a tratos inhumanos, y, sobre todo, a los que están “por encima”, si es que hay algún tipo de clasificación entre seres sin escrúpulos…supongo que sí, porque son ellos los que hacen las normas: antes de atar, humillar y vejar a otro ser humano, sea atándolo, faltándole al respeto con despotismo o como sea, pero sobre todo, en estas circunstancias, pensad que se trata de otro ser humano, igual que vosotros, nacido igual, sólo que enfermo, por una serie de circunstancias, lo cual es bastante castigo. ¿Os creéis mejores, más machos, más duros, más listos, superiores, por humillar a un ser humano más vulnerable?. Me temo que no. Los actos violentos, sí, violentos, porque la violencia no es sólo golpear a alguien no convierten a nadie en un ser superior.

 Una persona es un ser vivo, con sentimientos. Por muy enfermos, muy borrachos o muy drogados que estemos, sobre todo drogados con vuestras sustancias, no dejamos de sentir. Y si la persona que trata así a otras, infringiéndoles dolor, hasta el punto de llegar a ése grado de dolor físico tiene un mínimo de conciencia, no podrá dormir por las noches. Pero no importa, siempre podéis autorrecetaros las drogas que nos administráis a nosotros.

TODOS SOMOS HUMANOS, TODOS SOMOS SERES VIVOS, TODOS SENTIMOS Y LOS ENFERMOS MENTALES TAMBIÉN SOMOS PERSONAS, NO PERROS QUE DEBAMOS ESTAR ATADOS. No me cansaré de repetirlo, y lo gritaré cuantas veces haga falta en mi vida.

FR, te queremos, no te sientas inferior porque te hayan humillado. Tú no usaste la violencia en ningún momento. Fueron ellos los que demostraron lo que eran, para mal, y tú, para bien.

Lilith 32 y Francis Petrel. Ilustración: la voluntad arrebatada, por Borderlaine

lunes, 5 de marzo de 2012

Día 1- ¿Soy un perro?

Acababa de firmar el ingreso, cuando me condujeron a una enorme puerta metálica, blindada, a la que sólo se podía acceder pulsando el timbre. Alguien abrió. Escoltada por el personal de seguridad, me condujeron por esa puerta, mientras mi madre gritaba fuera, llamándome, pidiendo que no me encerraran. “No puedo entrar y dejarla así, me voy, ella también está enferma”, le dije al guardia. “Olvida todo lo que quede de ésta puerta hacia fuera, ya no puedes irte, y va a ser duro”, me contestó.
Y lo fue…
Nada más entrar por la puerta, me condujeron a una habitación compartida, donde me ofrecieron algo caliente, que yo acepté. Hacía mucho frío. A pesar de tener delante la hoja con lo que me había ocurrido, me lo preguntaron. Tuve que narrar mi relato incoherente otra vez. Me leyeron las normas, algunas absurdas, que en ése momento no comprendí: estaba demasiado asustada, mirando las amarras en la cama de mi compañera de dormitorio. Eran unas correas blancas, imantadas, que para mayor seguridad se cerraban con una llave. Te sujetaban de pies y manos a la cama, con un pañal, no soltándote ni para comer, utilizar el cuarto de baño o beber agua. Durante horas o días, según cuadrase. Ése era el castigo a lo que consideraban mala conducta, que iba desde conductas agresivas hasta que, simplemente, fueses molesto por estar alterado. Muchas personas sufrieron ese castigo por llorar a su llegada.
Lo siguiente fue guardar en un compartimento los objetos personales, incluidas las gafas, sin las que no veo nada, que sólo me dejaban un límite de horas. Y eso dependía de las ganas de trabajar que tuviese el turno de mañana, por lo que, las únicas actividades, que eran leer (aunque me requisaron un libro, por tener las tapas duras), la tele, algunos juegos de mesa y el papel, la única forma de expresarme que tenía, me era imposible en determinadas horas, y los dos primeros días, totalmente.
Como no suelo llevar encima un cepillo de dientes, pasta dentífrica y gel encima cuando me suben a un coche patrulla para llevarme a un hospital, pedí un cepillo de dientes y pasta. Y algo con lo que ducharme. A falta de lo primero, me tuve que conformar con enjuague, teniendo la boca en mal estado por la anorexia y la bulimia. Los dientes me dolían a horrores, pero no era nada comparado con lo que iba a ver. A falta de jabón, me dieron el jabón con el que lavaba las sábanas para ducharme. Y procedieron a lo que hizo resaltar mi imagen de perrito junto con las correas: colocarme una pulsera de plástico, que me acompañó durante 20 días con sus noches, con mi nombre y apellidos, mi habitación, y en letras grandes, “PSIQUIATRÍA”. Los tres últimos días, cuando empecé a salir dos horas, acompañada por mi madre, me cubría esa identificación con la manga, porque la gente se quedaba mirando. Se apartaban. Era una loca, A falta de cordones, la gente lucía un trozo de esparadrapo, sujetando zapatos y deportivos a los pies, lo que aumentaba las miradas de la gente cuerda en sus salidas con familiares. Y a falta de un cuchillo de plástico, cuando hasta los niños de preescolar tienen derecho a tijeras de punta redonda, cortábamos la comida con el mango de una cuchara.
Esa tarde, uno de los pacientes, FR, se puso enfermo, por un exceso de medicación. Yo no sabía cual era la que me estaban dando. “La tuya, tómala y no me preguntes, no quiero saber nada”  fue la respuesta del enfermero que me la dio, examinándome luego la boca, para comprobar que me la había tragado. Con el vasito desechable que me habían dado con mi nombre, tuve que estar llevándole toda la tarde agua a FR, porque, cuando avisé al celador que correspondía de que estaba realmente enfermo, me dijo “Tú a lo tuyo”, con un tono déspota, y siguió leyendo el periódico. Fuimos los propios pacientes los que le asistimos.
Ya en la habitación, fingí dormir, para que no me diesen otra pastilla, y lo que vi me aterrorizó: habían amarrado a mi compañera, que creía que la querían matar, para darle la medicación, algo que podían haberle colado en la cena. En su lugar, disolvieron la pastilla en agua, y le pinzaron la nariz, para que la falta de aire le hiciese abrir la boca. Le metieron el agua con la medicina, y le colocaron la cabeza en un ángulo extraño. “Más te vale tragar, o te vas a morir ahogada”, le dijeron. Y la mujer tuvo que tragar con este mecanismo brutal, pudiendo haber usado otros medios. “Esto no es un psiquiátrico…es una perrera, y yo, un puto perro”, pensé. Me sentí impotente al no poder defender a A32. Y no pude dormir. Y en mi insomnio, fui contemplando más cosas, que iré narrando. A32 lloraba, y entre llantos decía “me quieren matar”, lo que hizo que durmiese amarrada. Así fue mi llegada
Lilith322

Borderlaine en Los Diarios del Psiquiátrico

Desconocemos su identidad, pero un dibujante y pintor amateur se ha prestado a ilustrar algunos de nuestros pasajes.