martes, 30 de octubre de 2012

            Tras la llegada de Camarón, recibió un golpe de Kitty. Una chica disminuida psíquica, que me marcó especialmente.

Kitty era realmente una niña, le gustaban las flores, y estuvo dos semanas con el brazo roto, sin ser enyesado. Cualquier muestra de cariño era recibida por parte de ella con besos y abrazos, palabras de cariño…
            Pero llevaba más de dos meses encerrada en un centro donde no podía hacer actividades que la distrajeran, y no la dejaban relacionarse con otros pacientes por considerarla “peligrosa”.  El ser humano no nace, se hace, y Kitty no era peligrosa: la habían vuelto peligrosa, dejándola en un centro psiquiátrico cerrado, sin nadie con quien hablar, salvo las visitas de su familia. Su frustración y su soledad se manifestaban con algún golpe, contra lo que fuese, ya que en esos momentos no sabías si lo que estaba golpeando tenía o no vida. Posteriormente, golpeo a Hada y a la madre de otra chica.
            Realmente, debía estar en un centro, donde los chicos con discapacidades mentales estudian y hacen actividades, pero cualquier cosa que pudiese distraerla le fue negada, al igual que cualquier muestra de cariño, siendo sustituidas por castigos. Al principio, la dejaban salir al quicio de su puerta y pasear por dos metros cuadrados. Luego, sólo la dejaban salir de su habitación para comer o para ver a su familia. Y luego, ni la dejaban salir a comer.
            Un día, en el horario de visitas, ella estaba sola, y me asomé a su habitación. Había una norma estricta, no entrar en habitaciones ajenas, pero desde la puerta le dije que estaba ahí mi madre, que viniese conmigo. Me cogió la mano y se vino conmigo. “Es que Kitty tiene que estar en su habitación”…me dijo una enfermera con cara de asco. Y Kitty agachó la cabeza. La acompañé hasta su habitación, y se me cayó el alma a los pies. Cada vez se volvía más agresiva, todo por culpa de gente falta de humanidad que prometieron ayudarla y no lo hicieron, por la falta de cariño hacia una niña grande.
            Un buda dijo una vez que la única asignatura que no se imparte en la escuela es la humanidad, y que era muy triste. Y tenía razón: a pesar de los títulos, las oposiciones…había gente falta de humanidad.
Lilith322

             
            Al teclado Lilith. Resulta que no era anoréxica, sólo tenía un pequeño trauma con la comida que me hacía estar un pelín por debajo del Índice de Masa Corporal (el nombre técnico sería “Trastorno de Conducta Alimenticia sin especificar)… Tampoco era bulimia, no tiene un nombre concreto porque no presentaba síntomas principales, tales como obsesión por adelgazar, complejo, visión de la realidad distorsionada… y aun así, en el informe de alta del segundo ingreso me han vuelto a diagnosticar “anorexia”… tenía miedo y me enclaustraba en mi habitación, sobre todo los primeros días, hasta que empecé a interactuar con otros pacientes. Encerrada en una pequeña habitación no puedes hacer gran cosa para paliar el aburrimiento, salvo colgarte del techo con una sábana, lo que habría implicado dormir con correas, o algo menos suicida… me decanté por agarrarme a mi ejemplar de Persépolis a leer y leer, igual que con V de Vendetta, un par de libros de Kafka, la Ilíada (préstamo de otra paciente, Historia de un Loco (préstamo de Petrel, cordialmente confiscado por los “enfermeros novatillos”, palabras textuales de un veterano).  También me armé con un cuaderno y un bolígrafo, que, por cierto, puede tener más peligro a nivel físico que algunos de los elementos obvios que requisan, tales como gafas y bastones, no sólo porque una paciente muy descontenta con algunos trabajadores y etiquetada como “emocionalmente inestable” pueda estar escribiendo con pelos y señales lo que ocurre ahí dentro en sus propias narices sin que ellos se enteren, sino porque hace unos días una ex paciente me dijo que se había causado quemaduras de segundo grado y se había arrancado tejido muscular de un brazo con la parte trasera de un tubo de pasta dental… también en sus propias narices. Lo grave es que no se enteraron hasta que llegó a ese extremo, y la solución fue atarla a la cama… en fin, no sé adónde van a parar nuestros impuestos…

A lo que iba: en tres semanas recibí unas cuatro consultas con mi psiquiatra, todas ellas de menos de 10 minutos, y a veces llegaba a estar muy enfadada. Además, tengo una lesión que me hace tener que trabajar la musculatura… no voy a decir de qué zonas se tratan, porque con la peculiaridad de muchas situaciones, si sigo dando pequeños datos sobre mí, alguien podría descubrir quiénes somos. En fin, que me gusta salir a correr por las mañanas para descargar parte de la ira contenida que tengo que ir descargando paulatinamente con pequeñas actividades. Es lo que me salva de la autolisis constante, y lo que contribuye a que aun no haya tirado abajo las paredes del lugar donde me han concedido asilo político. Tras pequeños y dolorosos golpes a mi, en ese momento, lesionado corazoncillo, como dejar entrar a “ese hombre que destrozó mi vida durante catorce años y parece no estar dispuesto a descansar hasta ver a la hija de puta que jodíó su existencia, según su versión de los hechos, yo, bajo una lápida de mármol”, necesitaba un desahogo, así que pasaba algunos ratos libres haciendo ejercicio. No creo que fuesen a concederme un permiso especial para salir a correr por las mañanas. Tras ese pequeño patinazo, no era capaz de comer. Sí, mi terapeuta podría haberlo hablado conmigo, pero escribir el nombre de la enfermedad de moda entre las mujeres de entre 15 y 30 años era más fácil que darme algo para paliar los vómitos y preguntar qué me ocurría.

En fin, que si no he podido escribir nada desde hace… un par de meses, creo, es porque he pasado tres semanas en el sitio al que juré no volver. Necesitaba protegerme, no sólo de los demás, sino también de quien más daño podía causarme: de mí misma. El caso es que cuando acabe de narrar los veinte primeros días y las historias que he visto en visitas a Maiko, narraré también esos veinte días con doce horas aproximadamente. Además tuve que adaptarme a una nueva medicación. Nuevamente, creo que ha habido un malentendido con ese tema: siempre pido que me ajusten el tratamiento, que algo no va bien, y parece que mi psiquiatra ha entendido “¡no quiero seguir viviendo, por favor, doctor, por favor, déme la eutanasia!”. Esta vez hablo en broma, porque sí, a veces el doctor tiene cosas que me rompen, parece que es el único que se toma la molestia en escuchar, cosa que de haber hecho ahí, habrían llegado a la misma conclusión que otros médicos: no soy anoréxica. Aprovecho para explicar que por una cuestión técnica mi firma se ha visto reducida.

Lilith
            Todo ser humano tiene derecho a la libertad de expresión y pensamiento, no pudiendo ser perseguido por sus ideas o declaraciones” (Declaración de los Derechos Humanos)
Al día siguiente de mi ingreso en el centro psiquiátrico cerrado, llegaron dos nuevos pacientes: Hada y Camarón
Hada aun estaba cohibida, pero Camarón era un hombre con ganas de expresarse. Su mecanismo: el canto.
            Lástima que el canto sea una actividad totalmente prohibida en ese sitio, porque “es un hospital, y molesta”. Pero, en palabras de Buen Rollo: lo que me jode es que éste hombre se está expresando, y dicen que es ruidoso, pero las enfermeruchas de turno están viendo en la tele a tertulianos dando gritos, y eso es lo que me molesta, no que cante”
            Camarón seguía cantando, a petición de los pacientes. Y el personal seguía reprendiéndonos por ello (a gritos, que es el único método que tienen)
“Éste hombre se está expresando, dejadle en paz”, fue la respuesta de algunos. “Está molestando”, fue su respuesta. Sí, estaba interfiriendo en su sesión de café y TV a todo volumen.

Y Camarón, con el apoyo de los demás pacientes, siguió expresándose. Y esta muestra de rebelión durante una semana hizo que ellos sacasen sus armas: ya le habían puesto una inyección a los dos días de llegada. “NO EXISTE EL DOLOR” fue su clamor. Era un hombre fuerte, un superviviente, y la inyección no le hizo efecto: siguió cantando. Pero la segunda inyección, la de una semana después hizo enfermar a Camarón. El ritual fue similar al de Fr, los trabajadores no hicieron caso y entere Hada y yo le dejamos en su habitación…una clara omisión de auxilio por parte de los enfermeros y celadores.

Pero ése segundo día es para recordar, porque con rifles no se matan palabras, ni con medicinas, expresiones. La comida fue alegre, gracias a los dos nuevos pacientes, a pesar de las continuas reprimendas y las órdenes de los celadores.

También nos estaba prohibido bailar, cosa que también descubrí ese día. Aun así, seguíamos cantando y bailando, algunos con más ganas, otros cohibidos
Seguiré contando más historias. Y larga vida a Camarón y sus cánticos de guerra. Y a los trabajadores: leeros los derechos humanos, y tratadnos como tales

Lilith